Si bien el talento es un atributo
innato que permite a la persona profesar su vocación, el darse cuenta de este
elemento de identidad que condiciona la vida es una tarea resbaladiza. Ello se
debe a que el talento forma parte de nuestra propia naturaleza, es lo normal
para su portador pero es el rasgo diferencial frente a los demás. No nos damos
cuenta de quienes somos, del tesoro que portamos y sin embargo en nuestro
camino brota como una flor silvestre de primavera en los diferentes espacios
que vamos recorriendo. A veces esta flor se enmarca en hechos que permiten
reconocerla. Es lo que le sucedió a Paul Gauguin.
Gauguin reconoce su propio don artístico, su vida es como la de cualquier joven
que busca abrirse camino en la vida condicionado por las coyunturas familiares
y de su entorno. A los pocos meses de nacer (Paris, 1848) y debido a la
inestabilidad política que reina en Francia su familia decide embarcarse rumbo
a Perú de donde es originaria su abuela materna (Flora Tristán). En la travesía
durante el cruce del estrecho de Magallanes Paul pierde a su padre. Junto a su
madre y en un ambiente elitista de la sociedad peruana no solo vivirá sus
primeros seis años, sino que también entrará en contacto con la manifestación
cultural de dos formas de vivir que confluyen: la primitiva precolombina y la refinada europea de la antigua colonia
española. De regreso a Francia es internado en un colegio católico para
realizar sus estudios y a la edad de 14 años comienza su formación naval. Es
asistente de piloto en sus primeros pasos en la marina mercante y de ésta pasa
a enrolarse en la marina francesa donde pasa años surcando los mares. Estando
en la India en uno de sus viajes muere su madre. Paul tiene 19 años. Su vida
parece encauzada.
con 23 años cuando regresa a su ciudad natal y acepta el trabajo que le ofrece
el novio/amante de su fallecida madre como Agente en la Bolsa de Paris. Atrás
quedan años de dura y peregrina faena marinera. Su nuevo trabajo le reporta
cuantiosos ingresos y una vida acomodada en el Paris burgués, además de un gran
amigo: Émile Schuffenecker amante de la pintura. Su vocación por la pintura
empieza a despertar, su don para los pinceles a emerger. Paul Gauguin comienza
a pintar por afición. Por esos tiempos (1873) se casa con la danesa Mette-Sophie
Gad con quien tendrá cinco hijos, al del medio le bautizaran con el nombre de
Emile. Lleva una vida acomodada en la que la afición por la pintura va
aumentando; comienza a codearse con los artistas del momento. En una visita a
una galería al contemplar el cuadro “Olympia” de Eduard Manet se sintió
alcanzado por un rayo. Supo que Dios le había tocado. Que era un pincel y solo
quería pintar. Gaugin es ganado para la pintura. Sigue trabajando en la Bolsa
de Paris y pinta. Pinta y oculta a su mujer su vocación sabedora que no aceptaría
un cambio en su vida estable. Exhibe algún cuadro en una exposición colectiva amateur
en la que se presenta Manet. El cree estar ante un gran genio pero para su
sorpresa es el genio quien le elogia. Gauguin vive en medio de dos grandes
fuerzas que tiran de él en sentidos contrarios, su vocación y su trabajo en la
Bolsa, el llevar una vida dedicada a la pintura y el de proveer de una vida
burguesa confortable a su familia. Son once años en los que vive en esta
tensión constante, once años que terminan cuando la Bolsa de Paris se derrumba
(1882) y lleva a Paul Gauguin a la ruina. Es la oportunidad para dedicarse por
completo a la pintura. La familia se traslada a vivir a Copenhague donde
vivirán del trabajo de Mette-Sophie como profesora de francés. Sus cuadros no
tienen aceptación, apenas obtiene algún ingreso por su obra pictórica, lo que
será una constante en su vida de artista. Una vez más a los once años, esta vez
de casados, se separa de su mujer. Los valores compartidos que dieron lugar al
matrimonio han sido traicionados pero Paul se siente fiel a si mismo. Tiene 37
años cuando regresa a Paris junto al menor de sus hijos, Clovis, al que deja al
cuidado de su hermana.
colonia de artistas de Pont Aven, en Bretaña. Allí puede permitirse pintar en
un ambiente relajado a pesar del marco de estrechez económica en que se
encuentra. Conoce a Laval con quien
emprenderá un viaje a Martinica y Panamá. A su regreso a Pont-Aven experimenta
el contraste entre el color y lo primitivo de las tierras antillanas con el
arte pictórico imitativo, repetitivo y poco simbólico de la vieja Europa.
Decepcionado por el movimiento artístico que tiene lugar en Francia acepta la
invitación de ese genio loco que es Van Gogh para instalarse en su casa de Arles
en la Provenza. Juntos leen un libro que les deslumbra “Rarahu: el matrimonio
de Loti” (de Pierre Loti). Paul vislumbra que el paraíso soñado, anhelado, se
localiza en la Polinesia. Está decidido a marcharse a Tahití, la relación con
Van Gogh se tensa y ocurre el famoso suceso por el cual el artista holandés se
corta la oreja con una cuchilla de afeitar. Tomada la decisión tiene la fortuna
de vender alguno de sus cuadros lo que le permitirá costearse el viaje y
visitar por última vez a su familia en Copenhague. Próximo a cumplir los 43 años, en abril de 1891, se embarca
rumbo al paraíso de la Polinesia, el escenario natural y salvaje donde pintará sus
mejores obras, las coloridas escenas maorís. En el paraíso de estas islas del
pacifico sur, Paul, que adoptará el nombre de Koke, saca y da rienda suelta a su bestia interior, su genio, su
instinto, su talento artístico. Su vida salvaje y desafiante le enfrenta al
mundo domesticado que los franceses están introduciendo en las colonias. Vive
cada vez más aislado, casado con una maorí, internándose en la cultura nativa y
en una situación económica deprimente. Su arte sigue sin ser reconocido. Cuando
considera que Papette está occidentalizado, se retira aún más y marcha a las
islas Marquesas donde pintará su última obra maestra y morirá a la edad de 54 años rodeado de unos pocos amigos, con el cuerpo severamente castigado por el abandono, el alcohol y la enfermedad
innombrable, la sífilis. A su muerte Gaugin obtuvo el reconocimiento que no
logró en vida, el valor de su obra se disparó. Había nacido adelantado al
mundo, un mundo que necesitaba de nuevas luces y colores, de nuevos valores que animaban e infundían alma a sus cuadros gracias a su magistral talento.
de la vida de Gaugin, una historia en el que hay un momento cumbre, ese en el
que contemplando la Olympia de E. Manet su talento y su labor en el mundo se
revela con toda intensidad, como una fuerza que no puede dominar, que acepta y
se deja guiar y conducir por ella. El talento ha emergido, lo reconoce y lo
abraza. Gaugin ha reconocido su propia naturaleza y su alma desvestida gracias
a ese cuadro que escandalizó y revolucionó el desnudo en la pintura europea. Olympia
mostraba el alma de la naturaleza femenina, la diosa y la prostituta, y reflejaba
la naturaleza esencial de Gauguin: su carácter salvaje sin tapujos, su
aspiración a vivir sin prejuicios, su amor por la pintura, por la belleza femenina.
Siempre llevó una foto de este cuadro consigo y de alguna forma creó su propia
Olympia en su obra “Manao tupapau” (El espíritu de los muertos vela), cuadro sobre el que advertiría por carta a su mujer danesa que no lo comprendería pues para
la mujer tahitiana el desnudo físico y la sexualidad tenían unas connotaciones
naturales y que su desnudo muestra el alma. Desnudar al mundo de sus prejuicios,
liberar su alma fue el camino de este artista en el mundo y lo hizo a través
del colorido y luminoso pincel de su talento. Una misión poco rentable económicamente en
su tiempo pero que generaría grandes intereses a su muerte. El mundo necesitaba
nuevas luces y estás iban a brillar a través de su talento, ese que se le
mostró arrebatadoramente contemplando la Olympia de Manet.
el mundo:
- Olympia no solo fue el cuadro preferido del
propio Manet, obra que nunca puso a la venta, en el que una famosa prostituta
del Paris de mediados del XIX sirvió como modelo; Olympia (Maleszewska),
también fue el nombre de la amante de su abuela la agitadora social Flora
Tristán. - Emile no solo fue el nombre del fiel amigo con
quien Paul dio sus primeros pasos en el camino de su talento, sino el nombre que
dió a dos de sus hijos, uno tenido con la danesa Mette-Sophie y que fue uno de
los grandes defensores y valedores de la obra pictórica de su padre, y Émile
Marae a Tau que tuvo con la tahitiana Tehura. - En las Islas Marquesas hizo amistad con un maorí
que estaría presente en sus últimos momentos. Como prueba de su amistad y
siguiendo una ancestral costumbre unieron sus nombres respectivos sin renunciar
al propio. Así Paul, Koke en la Polinesia, pasó a llamarse Koke-Tioka y su amigo Tioka-Koke. Una analogía de
unir y conciliar los dos mundos en que Paul se debatía.